jueves, 14 de febrero de 2013

Pasando por Chamonix



Podría escribir horas y horas lo que fue Chamonix para mi, describir cada paisaje increíble en el que estuve y cada momento compartido con todos los amigos que allí encontré, cada sensación que paso por mi cuerpo al estar en este lugar lleno de historia, de cumbres y hombres y mujeres famosas. Pero los terminaría aburriendo y creo que se perdería lo esencial.



Mi llegada ya fue bastante peculiar. El tren partió una mañana que me despedía de una Austria oscura de frio y niebla. Pero de forma casi mágica las nubes se fueron abriendo poco a poco a medida que avanzaba el día y yo me acercaba a mi destino soñado. Como si Francia me estuviera esperando con los brazos abiertos. Como no ponerme feliz! Chamonix me recibía con uno de esos atardeceres maravillosos en los que los rallos transversales de luz amarillo anaranjada iluminan los arboles y los cerros contrastándolos con el gris oscuro de las nubes después de la tormenta. Con esa claridad en el aire que sigue a los días de lluvia resaltando todos los colores de la naturaleza. No podía dejar de mirar a través de las ventanas del tren cambiándome de asiento de lado a lado para no perderme de nada.

Y al parecer el viaje en tren mágicamente sí fue un buen augurio de lo que estaba por venir.

Chamonix me lleno de encanto, pero no el pueblo propiamente tal, en el que casi no estuve y que al parecer ha perdido un poco de su originalidad con los años y el turismo. Hoy la mayoría de las personas que viven en Chamonix no nacieron ahí, es un pueblo de turistas y guias por temporada, una isla sin patria inserta en los Alpes franceses. Al caminar por las calles se pueden escuchar 10 idiomas distintos en tan solo una cuadra.


Lo que a mí me impresionó fueron sus alrededores. Pueblitos chiquititos con vista al Mont Blanc y las Agujas de granito a los que felizmente me vendría a vivir unos años cuando tenga a mi propia familia. Y las montañas!! Tan parecidas a mis queridos Andes! Altas y macizas, como si se fundieran al mismo tiempo las alturas de los Andes Centrales con las impresionantes paredes de granito de Patagonia, todo junto en un mismo lugar, con lenguas de glaciares colgando por todas partes y que llegan casi hasta los bosques de pinos verdes al final de los valles.


Caminando y esquiando estuve por todos estos lugares! Entre glaciares y grietas, nieves y agujas de roca firme, nada muy técnico ni muy difícil, cosas que cualquier persona podría hacer y disfrutar si tiene algún día la misma suerte que yo tuve de poder estar en este lugar!







Y qué suerte tuve en realidad! Venía con muchos contactos, amigos de amigos chilenos y chilenos viviendo alli, además de otros amigos que por coincidencia encontraría y de todo el resto que estaba por conocer. Me encontré rodeada de gente muy buena, gente que ama el deporte y las montañas y la naturaleza igual que yo.

Como buenos europeos que saben tratarse bien, cada día de deporte estaba acompañado de un buen plato de comida gourmet para compartir con los amigos y celebrar. A los randoneé con los cerros iluminados tanto por el sol o por la luna, siempre les seguía un buen plato de conejo, pato o cordero a la francesa o un fondue de queso junto a una copita de vino. Días de ski entre glaciares azules y pendientes empinadas y escaladas en hielo o drytooling  también terminaban en alguna buena celebración con buenas cervezas y quesos franceses. Todo aliñado siempre con anécdotas de escaladas, expediciones e historias de aquellos famosos montañistas que alguna vez estuvieron subiendo por primera vez todos los cerros que habíamos visto durante el día.




Junto Mikel, un nuevo amigo español que vive con su familia en un pueblito cercano a Chamonix, nos mandamos una buena. Después de algunos días de mal tiempo que dejaron todos los cerros cubiertos de varios centímetros de nieve polvo recién caída, nos fuimos a randonear a uno de los valles cercanos. Para mi sorpresa no iríamos solos, y nos acompañarían nada más y nada menos que el presidente y el vicepresidente del CAF, el Club Alpino Francés. Nos ganamos un buen canalón de rica pendiente y una esquiada de más de 1500m de desnivel por nieve… como decirlo! Solo imagínenselo.




El presidente era un señor de edad ex guía de montaña, con años de experiencia y que no se quedaba nada atrás subiendo por el cerro mucho más rápido que yo, y luego bajando fuerte y seguro con ese estilo old school que me recordó los años en que aprendí a esquiar. Me hizo sentir ese orgullo de ver a una persona mayor haciendo lo que la mayoría de la gente cree que alguien luego de una cierta edad ya no puede hacer. Yo, cuando tenga su edad  voy a seguir caminando y esquiando por los cerros igual que él!





Al parecer les caí bien a los dos señores franceses. La comunicación era difícil, pero logré hacerme entender con mi arcaico francés acompañado de risas nerviosas y gracias a las traducciones de Mikel. Me dijeron que esquiaba muy bien preguntándose con interés donde había yo aprendido a esquiar así si no era europea… Para mí fue un honor pero debo decir que los créditos van para mis papas que me enseñaron con tanta paciencia cuando era chica y me apoyaron siempre con este deporte, incluso ahora.

Qué lugar! No quería irme!  Varios momentos no los olvidare nunca en mi vida!



Como  el Valle Blanche. Una telesilla que te deja en 20 minutos, 2000 metros más arriba del lugar donde partiste, sobre una cueva cavada en una aguja de granito de la cual sales para ver un espectáculo impresionante. Tienes ante ti todos los cerros inmensos vistos desde casi 4000msnm, con la cumbre del Mont Blanc que se ve bien cerquita y rodeada de glaciares y paredes de granito llenas de fisuras, una vista alucinante de los Alpes! Y lo mejor de todo es la bajada que te espera, porque bajas esquiando por ahí mismo, entre las grietas, al lado de las paredes, con todos esos cerros mirándote desde arriba. Estaba tan impresionada que ni me interesó la esquiada, paraba cada 5 minutos solo a contemplar lo que había al frente de mi ojos, solo a mirar el lugar maravilloso por el que estaba esquiando.






Y no hay nada más lindo que caminar por los cerros a la luz de la luna! Una noche que nos regaló una luna grande y blanca, que iluminaba todo con esa luz plateada que encanta y que hace que las cosas se vean como si fueran parte de un sueño. Con esa preciosa luz tuve la suerte de ver la espectacular silueta del Mont Blanc y sus agujas sobre un cielo oscuro cubierto de estrellas, mientras compartía un fondue en una cabañita metida entre los cerros junto a mis amigos y un grupo de alegres francés cantando al ritmo de las armónicas.

Momentos como esos no se olvidan tan fácilmente, como tampoco creo que se me olvidaran estas dos preciosas semanas en Chamonix!